Durante los trabajos que he tenido a lo largo de mi carrera profesional, una y otra vez he sido testigo de una regla no hablada, la regla es muy sencilla: “Nunca salgo puntual, para que no se vea ‘mal’ y así demuestro mis ganas de trabajar, por lo que me quedo entre 20 y 40 minutos extras cada día.” Invariablemente uno se va acostumbrando a esto y termina siempre permaneciendo un par de minutos extras, solo para parecer un buen trabajador.
Una de esas tardes en las que uno solo quiere salir y disfrutar el día fuera de la oficina, comencé a formar el hábito de salir a mi hora sin importar lo que pasará, estos son los cambios y las lecciones que aprendí una vez que volví de esto en algo de todos los días.
1. Necesitaba pensar intencionalmente que ese día saldría a las 6
Después de trabajar hasta tarde gran parte de mi carrera, pronto me di cuenta que tendría que hacer un esfuerzo mental para recordar siempre salir puntual, ya que nadie lo haría por mí. Nadie vendría a mi escritorio a decir, “Beto, cierra tu computadora. Es hora de ir a casa.”
Así que cuando decidí hacer este cambio, todo comenzó con un post-it que decía mi hora de salida y una notificación en mi calendario avisando que ya podía irme. Esto me ayudó a quitarme la mala costumbre de quedarme en la oficina solo por quedarme. Sea cual sea la forma en que recuerdes salir a buena hora, es importante tener en mente la hora de salida que tienes definida y en ese momento dejar todo atrás y comenzar a moverte fuera de la oficina.
2. Sabía que tenía que hacer más durante mi día
Una vez que me acostumbré a salir en hora, la siguiente lección aprendida fue acerca de mi eficiencia laboral. Antes, solía tener un día relativamente desorganizado debido a que sabía que igual me quedaría un buen rato más al finalizar el día. Una vez que comencé a salir en hora, me di cuenta que tenía que usar de la mejor forma posible mis horas laborales, esto significó, menos paradas por café, acortar mis conversaciones dentro de la oficina y mantenerme más concentrado mientras trabajaba. Este fue el cambio más difícil de realizar, pero una vez que comencé a usar mejor mi tiempo, también mi productividad se elevó y puedo decir que al final de cada día laboral me siento satisfecho con lo logrado.
3. Comencé a disfrutar mi tiempo libre extra
Cuando estamos acostumbrados a pasar largas horas en la oficina, dejamos de darnos cuenta que existe un mundo fuera de ella. En este punto hay muchas personas que argumentan que ellos realmente adoran su trabajo y que casi no se siente como un esfuerzo. Pero salir de la oficina nos ayuda a conocer cosas nuevas, ya sea ejercicio, tiempo con la familia o amigos e incluso aprender nuevas habilidades que te hagan una persona más amplia. Disfrutar el tiempo fuera de la oficina, es algo que no tiene precio.
4. Aprendí que el mundo no se cae por salir a la hora en que debo salir
Uno de los miedos que más tenemos todos, es que un mail no respondido o un archivo no terminado nos explote en la cara al día siguiente. La verdad es que las emergencias en el trabajo, raramente son verdaderas emergencias y aprender que hay cosas que pueden aguantar para el día siguiente es una de las lecciones más grandes que aprendí durante este periodo de transición. Tim Ferriss en su libro: La semana de trabajo de 4 horas nos dice, “las emergencias rara vez son emergencias y cuando no respondes a ellas estas comienzan a desaparecer mágicamente.”
Aprende a separar tu horario laboral de tu vida y obtén beneficios inimaginables en tu vida personal y profesional.